
En cuanto alumbran los primeros rayos del sol, Lola, que ha dormido toda la noche soportando el frío y alguna llovizna, recoge la cobija empapada y comienza a caminar por el barrio.
—Amaneciste mojada, Lola —le lanza la frase a modo de saludo, Alfredo, el viejo barrendero.
—No le tengo miedo al agua —le contesta la mujer y suelta una carcajada que muestra una boca oscura, de pocos dientes.
Lola no se detiene. —voy a ver como amanecieron mis rosas —dice mientras camina.
El anciano la mira mientras ella se aleja. Recuerda que la ha visto siempre, desde hace mucho tiempo y siente tristeza por esa mujer que del hambre, ha perdido la razón.
Trata de ser amable con ella y escucha las historias que Lola, cuando está de buen humor, le cuenta en sus improvisadas charlas mañaneras. Lo último que le contó fue sobre la hija millonaria que vive en otra ciudad y que le va a enviar un coche para recogerla, para llevarla con ella a su mansión.
Lola llegó a su lugar secreto, el que llama «mi jardín». cree que le está esperando Ángel, su nieto. Imagina verlo, vestido con un traje de marinerito. «Tan pequeño y tan lindo mi nieto» dice para sí misma, con una sonrisa en sus labios.
—Ven a ayudarme a cortar las rosas, Rodrigo —dice en tono alegre, y sin esperar respuesta, Lola comienza a recoger con delicadeza, una a una, las latas de refrescos que encuentra regadas entre los desperdicios del basurero, como si fueran las hermosas rosas que cree cultivar en un hermoso jardín.
Autor: Adalberto Nieves
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Gracias por enlazar mi relato, estimado Gibrán. Un abrazo.
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Qué pena dan estas situaciones. Qué bien has sabido narrarlo.
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Muchas gracias, Olga. Aprecio tu comentario y tu lectura.
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