Caracas

Una montaña de colores cambiantes separa a la ciudad del mar. Su silueta se retrata cada mañana contra el cielo cuando comienza a iluminarse en tonos grises azulados,. A medida que avanza el día, la paleta de colores de un pintor imaginario, va tiñendo sus laderas del amarillo al violeta, pincelando un arcoíris que lo arropa. La ciudad, luminosa y tenaz, se enclava en un valle, alguna vez poblado de lagunas y cañaverales, atravesada de este a oeste por un río de aguas mágicas, donde los primeros pobladores lavaban el café recolectado en las fértiles tierras de las haciendas.

En esa ciudad nació el pintor de la montaña. También el poeta que cantó a los techos rojos y a la eterna primavera. En sus coloniales casas nacieron grandes hombres de los que hablaría tarde o temprano la historia. Nacieron muchos que vieron crecer la urbe, enredaderas de concreto que se ramificaban y abarcaban todo espacio posible.

Caracas, vocablo indígena, sonoro como maracas de paraparas, fue el nombre que en un bautizo simbólico, entre relámpagos de octubre y soles de marzo, quedó resonando en la memoria de sus gentes.

Basta estar lejos unos días para extrañar hasta el dolor a esa ciudad. Recordarla en la distancia es ver el cerro en su espectáculo diario de cambio de vestidos; es oler las fragancias de las mieles de cayenas y capachos. Pensar en ella es volar con las alas de las guacamayas, que intrépidas y confiadas van surcando cielos de norte a sur, deteniéndose por instantes en los balcones mas altos, curioseando lo que hacen los niños detrás de los ventanales, esperando una merienda de frutas. Querer volver es un recurrente sueño de quien nació en ella y ha tenido que partir a destinos improvisados. El deseo de caminar sus plazas o tomar una refrescante chicha de arroz, hace suspirar al ausente.

No importa cuanto tiempo pase, no importan las distancias. Quien nació en esa ciudad de luz y color querrá regresar a ella y dejarse arrullar con la canción de sus vientos, para dormir plácidas siestas en hamacas de estambres y soñar que nunca se ha ido.

Nota del autor: Homenaje a la ciudad donde nací un día de abril a mediados del siglo pasado.

Autor: Adalberto Nieves

Imagen: Greg Tovar (Pixabay)

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