Mirando desde la colina

El hombre de la colina despertó temprano. Se acercó a una ventana desde la que podía mirar al exterior y vio como brillaba el sol de la mañana que comenzaba. Respiró profundo llenando sus pulmones del aire fresco, sintiendo además el suave aroma de hierbas y flores silvestres. Sintió la energía que produce el contacto con lo natural, aún cuando tan solo miraba desde dentro de su casa. Decidió salir y caminar, queriendo empaparse de todo eso que le producía tan grato bienestar.

Mientras caminaba, pensaba. Su mente lo llevaba en el tiempo a momentos lejanos, hasta cuando apenas era un niño. Recordó que estaba por cumplir años y la distancia de esos tiempos de cuando empezaba a vivir le parecían estar muy lejos, pero  la vez sentía que todo había pasado muy rápido. Creció haciéndose un hombre casi sin darse cuenta. Sonrió al darse cuenta de que nunca dejó de ser niño. Era absurdo pensarlo, pero eso era lo que podía significar que su recuerdo permaneciera tan fresco en su memoria.

Llegó al punto desde donde podía mirar, en lo alto de esa colina, todo el paisaje, las montañas más distantes, el horizonte dibujando una perfecta línea  entre el mar y el cielo, mucho más allá de las montañas. Sentía ser el dueño del mundo, un dueño que sin tener riquezas, era en verdad afortunado. El paisaje era para él como su vida. tranquilo, plácido, limpio, brillante. Era su tesoro, lo que no cambiaría por nada.

Desde ese mirador veía todo lo que le causaba emoción: el azul del firmamento, el mar que tanto ama, las aves en ligero vuelo. Sentía el viento y el cálido abrazo del sol. Llegaba a sus oídos el canto de los pájaros y de las espigas verdes y doradas que adornan la ribera del río. Todo era quietud en ese instante y deseaba hacerlo eterno. Era la paz que llenaba su alma al sentirse vivo y sano.

Era temprano y no tenía apuro ninguno. Podía seguir respirando esa paz y armonía, y guardando toda la energía que la naturaleza le brindaba. Se hizo la promesa de no dejarse arrebatar nada de aquello, de sus recuerdos, sus emociones, sus sentimiento. Seguiría de la mano del niño que nunca ha dejado de ser, seguiría apreciando la vida, seguiría aprendiendo para hacerse más rico en sabiduría. Estaba seguro que mientras mejor se sintiera y más aprendiera, podría dar más, contribuir a hacer un mundo mejor para todos.

Miró de nuevo al cielo, seguía igual de azul y brillante. Recordó a los suyos, a los que han partido, sus afectos hoy convertidos en luz. Era la luz que iluminaba todo, esa luz que lo ha de acompañar siempre, hasta que llegue el día en que sea parte de ella.

Autor: Adalberto Nieves

Fotografía: Pixabay/ StockSnap

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